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Extracto del capítulo I

Hablemos claro: aquí no son criterios epidemiológicos los que rigen. O bien, dígasenos qué criterio epidemiológico justifica que Alberto Fernández y su vomitiva presidencial puedan viajar entre provincias sin realizar la cuarentena de 14 días que a los demás se nos exige. Y siendo tales las ventajas públicamente conocidas que el Presidente se autoadjudica, ¿vamos a presuponer que, cuando ninguna cámara lo filma ni le saca fotos, entonces sí cumple todos los absurdos protocolos que él mismo impulsa? Otra adivinanza: ¿dónde cree el lector que nuestro Presidente se encontraría, en caso de que estallara una verdadera guerra, una auténtica amenaza terrorista, u algún otro desastre más tangible y popularmente verificable que el supuestamente actual? Si cayeran bombas sobre Buenos Aires todas las semanas, ¿sería el Presidente tan valiente de continuar tranquilamente sus tareas administrativas como de costumbre? ¿O sería el primero en ser trasladado a un búnker de seguridad, y el último en volver a ver la luz del sol? No lo sabemos. Pero, siendo que el Presidente cobra del Estado un sueldo mucho más alto que el normal de los trabajadores —privilegio al cual no renuncia—; siendo que recibe del Estado atención médica personalizada a cargo de la Unidad Médica Presidencial, y protección particular a cargo de la Casa Militar y la División de Custodia Presidencial de la Policía Federal, en tanto el común de la población no cuenta con atención médica exclusiva ni custodia personal —beneficios a los que no renuncia—; siendo que el Estado le provee autos, helicópteros y aviones personales, harto más cómodos que el transporte público general —privilegio al que tampoco renuncia—; entonces la protección sanitaria mediante restricciones de movilidad y acción ha de ser el primer gran privilegio estatal del cual goza la población en general, al tiempo que la posibilidad de exponerse a gusto al aire libre potencialmente cargado de un virus aterrador sería la primera gran desventaja autoinfligida por nuestro Presidente. Y estamos hablando de alguien que, según sus propias consideraciones, cumple los requisitos etarios para integrar la tan aludida población de riesgo. Cabe entonces preguntarse: ¿en qué momento nuestros políticos saltaron desde la profundidad del avaro egocentrismo y del privilegio parasitario, hasta la cima del desinterés altruista y de la heroica valentía?

Aníbal Domínguez: Pantomidemia - Imposición de una Nueva SubNormalidad mediante la Moralidad de la Obediencia. Marzo 2021, página 28.