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Mostrando entradas de abril, 2021




Libro en línea: http://online.anyflip.com/zlbia/yuxd. Más información en Ubicaciones del libro.

Extracto del capítulo IV

Así, so coartadas de filantropía asintomática, nuestros gobernantes avanzaron lentamente en la irreversible imposición del doublethink orwelliano mediante el cual se acepta, popularmente, que cualquier decreto es válido, pues sólo regula una “excepción”, pero, a la vez, este “estado de excepción” es tan beneficioso, que debe perdurar para siempre. Aníbal Domínguez: Pantomidemia - Imposición de una Nueva SubNormalidad mediante la Moralidad de la Obediencia . Marzo 2021, página 68.

Revisión de abril

Poco más que un mes después de la primera edición y la publicación del libro, ofrecemos una versión revisada que omite numerosos errores de transcripción, traducción, tipeo, sintaxis y ortografía que venían lastimando los inocentes ojos de nuestros queridos lectores. Lejos de actualizar las informaciones, reflexiones y citas documentales de nuestro argumentario, esta nueva publicación se propone únicamente mejorar y facilitar la lectura de los mismos contenidos, de modo que todas las referencias temporales relativas allí incluidas agradecerán ser calculadas a partir de nuestro narrador original del 11 de marzo de 2021. A fin de no insinuar lo contrario, no la mencionaremos como una nueva edición, sino como la misma edición de marzo, revisada en abril. No obstante, hemos aprovechado la ocasión para precisar mejor las marcas de tiempo de los videos citados, y para incluir en la página 98 un enlace antes torpemente olvidado, correspondiente a una cita ya entonces incluida. Esperamos no ha

Extracto del capítulo I

Hablemos claro: aquí no son criterios epidemiológicos los que rigen. O bien, dígasenos qué criterio epidemiológico justifica que Alberto Fernández y su vomitiva presidencial puedan viajar entre provincias sin realizar la cuarentena de 14 días que a los demás se nos exige. Y siendo tales las ventajas públicamente conocidas que el Presidente se autoadjudica, ¿vamos a presuponer que, cuando ninguna cámara lo filma ni le saca fotos, entonces sí cumple todos los absurdos protocolos que él mismo impulsa? Otra adivinanza: ¿dónde cree el lector que nuestro Presidente se encontraría, en caso de que estallara una verdadera guerra, una auténtica amenaza terrorista, u algún otro desastre más tangible y popularmente verificable que el supuestamente actual? Si cayeran bombas sobre Buenos Aires todas las semanas, ¿sería el Presidente tan valiente de continuar tranquilamente sus tareas administrativas como de costumbre? ¿O sería el primero en ser trasladado a un búnker de seguridad, y el último en vol

Extracto del capítulo XIII

En segundo lugar, ni la última fuente citada, ni los decretos presidenciales, ni las gigantografías publicitarias, ni los carteles pegados en las puertas de panaderías, supermercados y colectivos aclaran exenciones referidas a la obligatoriedad del barbijo. Sin embargo, en alguna página web del Gobierno Nacional se menciona, sin ningún resaltado tipográfico, que menores de dos años y personas con dificultades respiratorias “no deben” utilizarlos. Así como hemos mencionado que, de un instante a otro, una prohibición reemplazó a la prohibición opuesta (ingresar a un banco con o sin la cara tapada), aquí este mismo mecanismo se da según criterios etarios y de salud, siempre formulado como prohibiciones —no acostumbramos decir “no se debe” para referirnos a la ausencia de obligatoriedad, sino a la existencia de una prohibición. ¿Dónde está el margen de la libre elección? Aquí ya ni siquiera se trata de defender la libertad como una virtud en sí misma —aunque, desde luego, también como tal

Extracto del capítulo VII

El nuevo coronavirus es tan malo, que resulta preciso inyectarnos sustancias cuya composición ignoramos —tanto civiles rasos como médicos especializados— y cuyas pruebas de seguridad fueron hechas a las apuradas. Ante cualquier reacción alérgica o cuadro de intoxicación, no tendríamos manera de saber a qué cuernos nuestro cuerpo está reaccionando. Si la inyección llegara eventualmente a provocar efectos adversos, los laboratorios no se someterían a la legislación Argentina ni se harían cargo de pagar indemnizaciones, sino que éstas serían costeadas por nuestros fondos públicos. Y si, entre tan nebuloso desodorante de ambiente mediático, algunas letras chicas nos huelen a podrido, el problema hemos de ser nosotros, de modo que pasaremos a ser inmediatamente catalogados como antivacunas, teóricos de la conspiración, o algún otro vituperio arrojadizo de moda. Pues que los prestigiosos laboratorios manifiesten no confiar en sus propias vacunas es comprensible, pero que un ciudadano cualqui