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Extracto del capítulo XII

Quien aún no haya perdido por completo los innatos sentidos del gusto y del olfato, que la brutal pantomidemia se ha propuesto arrebatarnos, podrá percibir, en tantas calles peatonales y reuniones presenciales, el lacrimógeno aroma de un deber moral rancio, podrá degustar el hedor de la satisfacción y del orgullo por un buen desempeño sanitario. ¿Por qué los feligreses miran mal a quien no viste barbijo, pero es fácil ser por ellos bienvenido sin portar gafas de seguridad? ¿Por qué el sentido moral del bozal comenzó cuando éste se tornó obligatorio —o peor aún, cuando los medios masivos, a contrapelo de los decretos vigentes ( https://www.boletinoficial.gba.gob.ar/secciones/10278/ver ), difundieron, váyase a saber por qué extraño motivo, el simpático y divertido rumor de que ya estaba siendo obligatorio ( https://www.lanacion.com.ar/sociedad/coronavirus-argentina-axel-kicillof-decretara-uso-obligatorio-nid2354033 o https://www.infobae.com/sociedad/2020/04/14/coronavirus-en-argentina-tambien-sera-obligatorio-el-uso-de-tapabocas-en-la-provincia-de-buenos-aires )? Quizás sencillamente porque, ante la falta de pensamiento crítico y el exceso de confianza en las autoridades, el sentido moral se une al de la obediencia. La ética, que acostumbraba oficiar de incorruptible contrapeso del abuso de autoridad —¡nada menos!—, se pasó de bando: ahora defiende cualquier despotismo de moda. Nuestros políticos no solamente dicen qué es legal y qué no, sino también, por voluntario sometimiento del pueblo, qué es altruista y qué es canallesco. Y, ¡oh casualidad!, coincide con sus liberticidas decretos. ¿Es moralmente malo tomar un café en un restaurante? Depende: por diciembre de 2020 estaba bien, pero alrededor de julio era un delirio de inconscientes, es decir, queda sujeto a lo que diga el último DNU. ¿No hay riesgo de contagio al saludarnos con los mismos codos en los que hemos estornudado y estornudaremos a continuación? ¡Pues claro que no, si así se saludan en la tele! Uno a uno, los argumentos absurdos —y eventualmente efímeros— encuentran en nuestra moralidad de la obediencia un asiento cómodo sobre el cual reposar a salvo, pues allí no llega la reflexión, allí no llega el conocimiento empírico, no llega el sentido común, y ni siquiera llega la tradición. En tanto los opositores más reaccionarios de la izquierda arengan a su militancia gritando “por más que insistan, ¡nos vamos a dejar amedrentar!”; cuando las más rebeldes feministas, detrás de sus velos prolijamente sanitizados, le exclaman al patriarcado político “¡mi cuerpo, tu decisión!”; durante el enérgico cuestionamiento, por parte del liberalismo partidario, respecto de los precios y los plazos de una indiscutida vacunación forzada a toda la población; a medida que los dirigentes gremiales van advirtiendo que algunos derechos no eran tan inalienables como parecía a simple vista, y que, de hecho, también el confinamiento obligatorio dignifica un poco al hombre; al tiempo que los médicos clínicos expiden, a distancia, órdenes digitales de interconsulta con las noticias televisivas de última hora; y mientras el sacerdote cristiano impone sobre los enfermos desamparados el termómetro industrial que, con su santo láser, les prohibirá ingresar al Templo de los milagros; los pañuelos blancos de la memoria claman, con rejuvenecida insatisfacción, “¡otra vez, otra vez!”. Y es que si las excusas vienen en coloridos envases sensualmente sanitarios, hasta las más burdas falacias resultan cautivadoras, hasta el anti-fascismo más dogmático se deja seducir, y hasta la dictadura más perversa se torna simplemente irresistible. Cientos de monumentales catedrales vacías y legendarias sinagogas cerradas han proclamado al unísono la erección de una nueva religión única, entrometida e incuestionable, en la cual todos nosotros somos involuntarios monjes de clausura, el alcohol diluido al 70% es agua bendita, y la lista de mandamientos inapelables se actualiza todas las semanas.

Aníbal Domínguez: Pantomidemia - Imposición de una Nueva SubNormalidad mediante la Moralidad de la Obediencia. Marzo 2021, páginas 209-210.